En el siglo II se ejecutó a un
sacerdote de nombre Valentín el 14 de febrero. El hombre mereció tal castigo
por desobedecer las órdenes del César y continuar celebrando matrimonios entre
jóvenes, a pesar de la prohibición que tenía en realidad motivos de estado. Los
soldados sin esposa eran más útiles en el campo de batalla.
Hechos abonados a la leyenda hicieron
que la fiesta de San Valentín fuera declarada por el papa Gelasio I en el año
498. Durante la edad media iniciaron en Francia e Inglaterra los intercambios
de obsequios y cartas de amor ese día. Para el siglo XVIII la costumbre ya se
había extendido a Norteamérica y en 1840, una visionaria del poder comercial
del afecto, Esther A. Howland, inició la venta de las primeras tarjetas
postales con motivo de la celebración.
Peluches, chocolates, golosinas,
globos, pastel y corazones por doquier son ahora el resumen del consumo en masa
de nuestro ya bien posicionado mercadológicamente, día del amor y la amistad,
también llamado de los enamorados.
Alrededor del festejo me surgen dudas
cuantitativamente peregrinas: ¿Cuánto betún embarrado en nombre del amor?
¿Cuánta azúcar para endulzarnos esta fecha? ¿Qué cantidad de helio para
inflamar los corazones? ¿Cuántas camas de alquiler compradas en nombre de la
fiesta durante esta semana?
Aunque también con ellas me han llegado otros cuestionamientos cualitativamente incisivos: ¿Por qué necesitamos sentirnos siempre amados? ¿A caso del tamaño del festejo es nuestra carencia? ¿Qué tipo de fantasía social buscamos cumplir con todo esto? ¿Cuál es el regalo que expresa amor genuino, nos deja saldo a favor y por lo tanto tiene el poder de transformar el sin paraíso?
Aunque también con ellas me han llegado otros cuestionamientos cualitativamente incisivos: ¿Por qué necesitamos sentirnos siempre amados? ¿A caso del tamaño del festejo es nuestra carencia? ¿Qué tipo de fantasía social buscamos cumplir con todo esto? ¿Cuál es el regalo que expresa amor genuino, nos deja saldo a favor y por lo tanto tiene el poder de transformar el sin paraíso?
Aunque para nosotros es despectivo
calificar a alguien de pocos amigos, en realidad ¿Quién puede preciarse de
tener el deseado millón de amigos que buscaba Roberto Carlos? A más de que al
corazón le sobre cariño y tenga espacio de condominio… ¿A cuántas personas
llamamos por mi amor? ¿Cuándo el amor es cuestión de semántica?
Por estos rumbos la frase
MI AMOR, se gasta poco. Es íntima e implica un sentimiento profundo: una madre
a su hijo, una pareja de enamorados...
Cuando hice una estancia
de breves meses en Cuba, me simpatizaba y a veces confundía, la facilidad con
la que soltaban palabras que para mí eran cosa mayúscula. Todo mundo ¨mi
amorsea¨, observaba sin poder corresponder a la costumbre. Inclusive lo hacían
mujeres y personas con las que jamás volvería a coincidir.
Me cohibía, lo mismo que
ahora, esa efusividad tan manifiesta. Estoy en una isla con un promiscuidad
verbal muy activa. Fantaseaba.
¿Es nuestro amor más
personalizado o de plano nos aguanta para muy pocos?
Creo que han sido
suficientes preguntas por hoy para tan pocas líneas. Amemos, pues.
Felicidades.
Columna publicada en el periódico Expreso de Cd.
Victoria y La Razón de Tampico, Tamaulipas.
Portales electrónicos: Gaceta.mx y La Región
Tamaulipas.
Publicado el 14 de febrero,2013..
Publicado el 14 de febrero,2013..
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