jueves, 10 de enero de 2013

Vuelta al santuario de las artes



Hay lugares que ni cómo negarlo, son la piel de nuestros días, esa manera en que se ha ido acomodando nuestro nombre.  Uno de los espacios más amplios en la impronta de mi memoria es Tampico, la ciudad de múltiples orillas donde transcurrieron los primeros 28 años de mi vida.
El puerto quedó atrás pero sus amarras tiran tan fuerte que me hacen volver. He fundado mi propio ritual de llegar los últimos días de cada año y esperar por otro ahí. Juan Villela ha abonado a esta tradición personal invitándome a inaugurar desde hace 11 años las actividades culturales de la Claraboya.


Este primer jueves de 2013 hizo frío, llovía y la humedad de la costa no se dejaba cobijar. La cita era a las 8: 30 y desde el viento de la mañana tuve mis reservas sobre la asistencia de la gente al evento. Caminé con resignación rumbo a la Plaza de Armas usando el gorro de la chamarra para evitar las persistentes y heladas gotas sobre mi cabeza. Pero fui sorprendida, La Victoria Café recibió esa noche a más de 50 parroquianos. A la Claraboya no le puede la inclemencia climática, su parroquia es devota, me queda claro. Aún más claro el trabajo sostenido como promotor cultural independiente de Juan Villela, quien ha logrado que los jueves en Tampico sean (sin acarreados ni públicos cautivos) de Claraboya. Arte y cultura para todos es el lema, enhorabuena.
A la mañana siguiente la llovizna continuaba, traía los zapatos enlodados cuando pisé 39 años después el aula para ballet que me había recibido un septiembre de mi infancia. Martha Izaguirre estaba conmigo y me contaba entusiasmada de los avances  que ha tenido la rehabilitación del antiguo edificio del Instituto Regional de Bellas Artes (IRBA). Yo usé ahí por muchas tardes mayas y balerinas rosas, leotardo negro. Extendí mis piernas en las barras, ensayé a ritmo de Tchaicovsky sobre sus duelas, ampollaron mis dedos las únicas zapatillas de punta que calcé antes de dejarlo. Pero aún recuerdo los olores del rastro del que nos separaba un muro, las pinturas de acrílico que aprendimos a no tocar cuando se exhibían en la galería, las esculturas de yeso secándose a la sombra vespertina, el amplio salón del segundo piso con pizarrones pautados y las teclas del piano sonando, las guitarras al hombro de los muchachos mientras subían las escaleras, el canto de las urracas atardecidas en el amate del patio, las voces del coro solfeando. Luego llegaron los tiempos de cineclub en El Farol, escuché también al poeta Margarito Cuellar y a nuestro narrador Orlando Ortiz leer en esa sala de teatro. La presentación de mi primer plaquette de poemas, la entrega de mi único premio literario. Todo pasó ahí y pasó para muchos.

Luego, inexplicablemente el edificio como inclusive Martha lo ha escrito, se convirtió en un "fantasma silencioso" que acumuló ruina y abandono.


Ahora las gestiones de la administración de la alcaldesa, Magdalena Peraza Guerra comienzan a manifestarse en la resurrección de este santuario. Los miembros del Comité de Vigilancia Social de este Proyecto se han involucrado de tal manera que lo que sobra es pasión y no hay merma en la esperanza. Los artistas e intelectuales de Tampico insistieron hasta lograrlo, este gobierno ha cumplido el compromiso.
Llueve igual el día de hoy y hace frío. Ha sido un buen arranque de año, ya estoy en casa.




Columna publicada en el periódico Expreso de Cd. Victoria y La Razón de Tampico, Tamaulipas. 

Portales electrónicos: Gaceta.mx y La Región Tamaulipas.
 Publicado el  10 de enero,2013..

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