martes, 15 de noviembre de 2011

Los libros que se van al basurero



Los niños ya están de vacaciones, el tiempo pareciera volverse más holgado, como si de pronto el día tuviera unas cuantas horas más. La casa parece menos grande, el espacio se puebla a toda hora con juguetes, ropa, y hasta útiles escolares.
Por lo general, se aprovecha la ocasión de fin de ciclo escolar para desprenderse de los materiales que han cumplido su función; pero en lo personal como llevo una relación cercana con los libros, me cuesta, de veras que me cuesta darles tratamiento de basura. [Aclaro que en el camino me he topado ediciones que cumplen cabalmente con esta condición, y creo también que más de alguno de quienes ponen en circulación tales engendros, deberían ser arrestados bajo el cargo de daños al medio ambiente, entre otros trastornos causados. Sin embargo, por hoy estrictamente me refiero a los textos oficiales de la SEP, esa invaluable herramienta básica en la educación de varias generaciones de mexicanos]. Les decía entonces, que me es difícil tirar los libros, en especial aquellos que no se usan como cuadernos de trabajo: los ejemplares de historia, naturales o lectura...   
Hay un capítulo de la serie norteamericana Seinfield que nunca olvidaré. En el, Jerry Seinfield, protagonista de la misma, preguntaba a sus amigos sobre el afán de tener bibliotecas personales: ¿Para qué guardar los libros que ya se han leído? No guardamos la caja de cereal cuando hemos terminado con las hojuelas… expresión pura y filosófica de la sociedad de consumo. El gag me arrancó una carcajada, pero la risa obedecía al absurdo del planteamiento. Uno colecciona la música, las imágenes y por supuesto las palabras que nos alimentan, si, pero ante todo aquellas que son fuente nutricia del ser que somos.
Volviendo a los libros de la SEP, imagino las pilas en los vertederos. Más de 170 millones de libros que se entregaron sin costo al inicio del ciclo escolar en todo el país… ¿A dónde van a parar este verano?
Pareciera que Jerry Seinfield y sus secuaces fueran asesores de la Comisión Nacional de Libros de Texto Gratuitos (CONALITEG), y dijeran: si ya bebió su porción de néctar del saber, no olvide depositar el envase en el cesto.
Emilia Ferreiro, investigadora del Instituto Politécnico Nacional (IPN), se refería a dos de los milagros editoriales en México que de tan cotidianos nos pasan inadvertidos: ¨la propia producción de tantos libros, por un lado y, por otro, la distribución hasta el último lugar del país, lo que convierte a esta experiencia en un caso único en el mundo¨.
En la actualidad la mayor parte de la industria de ejemplares corresponde al nivel primaria [cerca de 130 millones], pero también los hay para preescolar, secundaria, telesecundaria, 42 versiones en lenguas indígenas, títulos en braille para invidentes y macro tipo para débiles visuales. Imagine el presupuesto para llevar a cabo este prodigio.
¿Cuánto cuesta de manera individual la dotación de ejemplares que se entrega a cada niño por grado escolar? Es un sacrilegio mayor el destino final de la gran mayoría de los libros de texto gratuitos, además que impide desarrollar hábitos de consumo responsable. Institucionalizar una estrategia como las tres erres de la ecología [reducir, reutilizar, reciclar] vendría bien en este caso. ¿Por qué no fortalecer la visión de un Tamaulipas Verde? El amor a la lectura, es también amor al objeto que produce tal gozo. Una oportunidad para este gobierno que busca, entre otros renglones, poner a todos a leer.
Columna publicada en el periódico Expreso de Cd. Victoria y La Razón de Tampico, Tamaulipas.
 Portales electrónicos: Gaceta.mx y La Región Tamaulipas.

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