viernes, 5 de noviembre de 2010

El perfil mellizo de la muerte

Iniciará noviembre y es tradición recibir a nuestros difuntos, dejar la puerta abierta de la memoria para que la vida y sus pendientes habituales no los mantengan lejanos.
A lo largo de la historia del hombre, el fenómeno de la muerte ha generado en el ser humano una serie de creencias en la búsqueda de entender, aceptar, burlar o venerar
ese fin, tránsito o principio, momento singular que a veces sorprende, se espera o se desea.
Fronteras hay que nunca se cruzan, como la línea que traza el camino al cementerio. Saber que seremos un cadáver, alguien que ya no. Un recuerdo, lágrimas en el rostro de otro. La vuelta al polvo.
En México, caleidoscopio ritual y de manifestaciones artísticas, durante el penúltimo mes del año, los días uno y dos, con sus respectivas noches, se realizan procesiones, festivales, ofrendas, rezos, vigilias en honor a quienes han fallecido.
Las actividades suelen variar de acuerdo a la región pero esas muestras de duelo festivo, con sabor a dulce añoranza y aguardiente regocijo, preservan su carácter solemne y sátiro, circunspecto y alborozado, interior y social.
Las raíces de nuestra actual celebración del Día de Muertos se encuentran en esa mezcla enriquecida por los cultos prehispánicos nativos y las festividades católicas europeas. Esa manera de vivir la muerte nos identifica y distingue como pueblo. La UNESCO reconoció esta costumbre, desde el 7 de Noviembre de 2003, en una ceremonia realizada en París, Francia, como una Obra Maestra del Patrimonio Oral e Intangible de la Humanidad por considerarla “una de las expresiones culturales más antiguas y de mayor fuerza”.
La conmemoración mexicana de Todos los Santos y Los Fieles difuntos busca el reencuentro con los ausentes y concilia el propio deceso, bajo la promesa de que a nuestra hora los alcanzaremos en el mas allá.
Pero mientras tanto y desde aquí, para compartir con las almas durante esos días están el hogar, el templo, el camposanto. Es de limpiar la tumba, resarcir la distancia, construir un camino de cal, tierra o pétalos, una llama ardiente, un arco de ramas y cempasúchil, presidir el altar con esa fotografía o retrato de quien honramos, sus objetos personales, alimentos y bebidas favoritas, encender el humo de copal o incienso, un rezo, suspiros, degustar el color de papel picado, las calaveras de azúcar, los huesos de pan y la cruz siempre al centro.
Un día acompañé a mi abuela con el grabador de tumbas, fue a supervisar su losa y la escultura que hoy acompaña sus restos. No tengas miedo de la única certeza, me dijo, busca darte el gusto de elegir la morada final.
Los epitafios que si me han hecho reír, son los ingeniosos versos que llamamos “Calaveras”, usanza popular que tampoco respeta edad, sexo ni posición económica o social.
“La flaca”, “la huesuda”, la “pelona”, “la catrina” es también personaje protagónico con todos o cualquiera de sus nombres a lo largo del territorio nacional durante estas fechas. La imagen sin tinte macabro de “La Calavera Garbancera” creada por el artista plástico José Guadalupe Posadas, se ha convertido en icono, muestra de nuestro folclore a nivel internacional. Irónicamente ella nació para ser una representación burlesca de los vivos, de la clase social alta antes de la Revolución Mexicana. Ahora, esta compañera con su sonrisa perenne se pasea entre nosotros recordándonos las galas del aquí y ahora ante las inmediaciones de la muerte.
Queremos a esa calaca y las manifestaciones a manera de réquiem que nos dan identidad, y sin embargo este noviembre 2010 la celebración se asoma con una lobreguez insólita. El horno no está para bollos, dice mi padre. Tenemos tantas pérdidas que llorar: los perecidos en el ajuste de cuentas, en el deber cumplido, los que se fueron en el lugar o la hora equivocada. Los que iniciaron el fuego, los que quedaron en medio, los que replicaron el ataque. Todos eran nuestros y ya no están. El llanto se ha perpetuado en nuestro territorio, una ráfaga funeral victimó nuestro humor jocoso. No podemos reírnos como antes por que las boqueras de la angustia nos han reventado las comisuras, a la lengua escalfada no le sabe lo dulce.
Pero si mientras hay vida, hay esperanza, es necesario no dejar extinguir esa flama. Amparemos a nuestros deudos que dolientes somos todos. Tracemos el perfil mellizo de la muerte y hagamos juntos ese camino impostergable, de perdón, transformación, trascendencia y renacimiento, por nuestros muertos, por los que seguimos aquí.

Eva sin paraíso: columna publicado en el Expreso de Ciudad Victoria, La Razón de Tampico y el Expreso de Matamoros.
Fotografías tomadas por Gracia Olivares y Celeste Alba Iris: Panteón del Cero en Cd. Victoria, Tamaulipas. Tlaquepaque y Gudalajara, Jalisco.

2 comentarios:

  1. Hablar de noviembre, las festividades en torno a la muerte y enfrentarse a la propia mortalidad ha tomado otro cariz acá en Tampico, amiga. El día con día nos enfrenta cara a cara con la posibilidad de no regresar con los nuestros sino acaso sobre el mítico camino de polvo blanco, rodeados de copal, para degustar lo que solía gustarnos en vida. Qué días. Qué días extraños estos.

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  2. A todos en este país nos está sucediendo, por eso digo:

    "El llanto se ha perpetuado en nuestro territorio, una ráfaga funeral victimó nuestro humor jocoso. No podemos reírnos como antes por que las boqueras de la angustia nos han reventado las comisuras..."

    Qué días en verdad. Cuántos.

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