viernes, 24 de septiembre de 2010

Gritar con blindaje


Yo que no acostumbro guardarme las palabras, se que hay gritos huecos y silencios que aturden.
Mi calle era romería de puestos, las familias pasaban y pasaban. Eran tantos.
La música se mezclaba con los olores, las carcajadas y los primeros pasos del baile surgían desde la acera. Tanto regocijo de trompetas y matraca, la noche vivaz de México palpitaba así a mediados del noveno mes del calendario. Eso de colorear la noche con estruendos, lo de enronquecerse y ver el cielo. Fueron tantos.
Mientras la indesición entre el pozole o los tamales, las niñas prefieren el pelo trenzado, las arracadas y su boquita roja. No me gusta el apretujamiento, la muchedumbre sorda, sólo la cena en la alameda y regresamos… ¿les conté la vez que una varilla de carrizo aún humeante cayó justo entre mí y el otro, el de adelante, sin hacernos daño? ¿Dónde se guardaron este 2010 todos?
Antes del grito estuve incierta. Sin canciones ni bullicio, la calle holgada, casi muda. Pensé igual que mis vecinos proteger mi miedo en otro rumbo de la ciudad. También vi algunos anuncios que invitaban a celebrar en las Vegas, hay quien me ha contado que ahí sí de veras se siente el orgullo de ser mexicano. Puro gringo y tú gritas ¡Viva! La piel se pone chinita en el exilio dicen, se llora en la distancia por lo que ya no es.
Como ni siquiera conseguí la cuera sugerida para vestir apropiadamente esta ocasión, pensé que mi lugar para la cena estaba reservado entre los puestos callejeros. Pero sólo había una pequeña mesa dispuesta muy cerca de Catedral, la fiesta era de una sola cuadra, la Plaza Juárez. Una hielera con tamales casi fríos, muchos carros de hot dog.
La mayor dijo, esto es emocionante, cuando me detuvo otra vez el vacío y las tomé de la mano. Fue de cruzar sin prestar mucha atención y decirles que los camiones de uniformados, las armas largas, la torreta vigilando, los chalecos, los cascos nos blindaban. Parece que nos vamos de viaje, dijo la menor, cuando nos formamos para el detector de metales. No lloré frente a ellas, sólo le dije a la mujer de la venta que la orden era para llevar.

¿Quién pudo estrujar nuestro septiembre? No seré quien no hable a mis hijas de su historia, quien les aborte una tradición. Los héroes de plaza pueden ser de mojiganga, los mexicanos no.

Muchos de traje y corbata anduvieron esta vez entre nosotros, pudimos saludar a más de un empecinado patriota. La primer familia salió a la explanada. El grito de Eugenio se escuchó vigoroso. Me asombró su temple, la forma en que secó el sudor del rostro.

Yo, que siempre he creído en la importancia de los actos rituales, vi los juegos de luz en el patio de casa, y desde aquí grité.
Un silencio por aquellos afónicos de muerte, por los amordazados del júbilo y los de la fe nacional en destierro.
!Un grito, o más, por lo mejor de México!
¡VIVA!

Eva sin paraíso: columna Fotografía Víctor Hugo Olivares

1 comentario:

  1. Gritamos !viva¡ mi querida Eva cuando el estado es evidentemente comatoso. Es el deseo punzante de que nuestro país, quizá en particular mi Estado (sobre)viva de entre tanta podredumbre. Gritar, me resulta válido y necesario. Se te agradece en el alma la omisión de la palabra "festejo". Un abrazo.

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