domingo, 30 de agosto de 2009

El síndrome de los años

Mis hijas ven un certamen de belleza por televisión. Las señoritas participantes hacen pasarela en traje de baño: Me pondría uno de esos, si tuviera esa figura, les digo. La mayor me responde sin dejar de mirar el monitor: Mamá eso es fácil. Ponte a dieta, haz ejercicio y opérate las bubis. Esa afirmación pronunciada con tal convencimiento por una niña que aún no cumple los diez, me dejó aturdida.
Hace treinta años cuando mi madre veía esos concursos, decía que era completamente inapropiado que se coronara a una reina de belleza que usara maquillaje: Deberían recogerles el pelo por completo y lucir el rostro sin ninguna ayuda cosmética. Así ganaría la que verdaderamente tenga el don de la hermosura.
Años al paso, se ha desarrollado toda una industria de reconstrucción estética que apoya la fabrica de misses. La banda se impone al mejor relleno de pómulos, la nariz retocada que luzca más natural o las siliconas mejor acomodadas. Juliana Dornelles Borges, Miss Brasil 2001, declaró haberse sometido a 19 cirugías para dar con el bonito que prefirieran los jurados.
Aún sin llegar a la exageración, cada mujer tiene sus propios jueces. Los que le aplauden o abuchean frente al espejo. Quienes le permiten pronunciar el escote o ponerse postizos en las uñas. Los que aprueban el alto de su tacón o las tentaciones de sus labios. Mi madre hasta hoy, anda por el mundo con la cara lavada y apenas hace unos años aceptó, la tintura artificial en su cabello. Demasiadas canas en poco tiempo.
Mis hijas no consideraron la edad como un factor que me impidiera usar un provocativo traje de baño: Menos kilos de ahí; más volumen allá y firmeza en las carnes, bastan a su ver.
Que Michael Jackson a los cincuenta, murió joven, lo declaró la prensa de espectáculos. Pero en 1955, James Dean también murió joven y apenas había cumplido los veinticuatro. ¿Acaso veintitantos años de diferencia son nada o la edad también es sólo un criterio social cuyos límites se expanden con el paso del tiempo?
Releyendo un cuento de Chéjov, podemos constatar lo dúctil de las percepciones culturales con respecto a la edad: “...del mismo modo como antaño había pasado su juventud, así ahora, junto con este niño, desaparecía para siempre su derecho a tener hijos. El doctor tenía cuarenta y cuatro años, estaba canoso y parecía un viejo; su enferma y demacrada mujer tenía treinta y cinco años.” A fines del siglo XIX, apenas hace ciento y pocos años, la juventud pasaba entrando a la tercer década de vida. ¿Qué mujer de treinta y tantos, hoy día, le da permiso a su reloj biológico que suene el timbre de salida? ¿Cuántos hombres de cuarenta y pico, entrados en canas, no provocan una mirada de soslayo?
En otro tiempo, sería una más quemada en la hoguera, recluida en un manicomio o muerta de parto. No se siquiera cuántos dientes sostuvieran la sonrisa, cuánto escampado alumbraría mi cabello. Por eso creo somos afortunados, quienes compartimos esta época. Uno se mantiene ahora; gracias a los antibióticos, analgésicos, anestésicos, antidepresivos, ansiolíticos, anticonceptivos, antihelmínticos, antimicóticos y a los adelantos preventivos, de diagnóstico en salud y
procedimientos cosméticos. Más que belleza y juventud, cuestión de estética y actitud.

Eva sin paraíso: columna en el Expresso publicado el 24 de agosto 2009
Imagen tomada de 2.bp.blogspot.com

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