Mis padres eligieron para mí en su momento, por eso fui bautizada con ropón blanco en la pila de la hoy Catedral del Sagrado Corazón de Jesús. Mi padrino pertenece a la iglesia bautista y era amigo del entonces sacerdote de la familia. Mi madrina es una tía que papá consideró entonces que podía llegar a emparentar con el padrino.
Supongo que de alguna manera, padres, padrino y cura sintonizaban la misma frecuencia. No tengo otra explicación para tan ecléctica ceremonia… que por cuenta propia he continuado: Crecí mi primera infancia viviendo al lado de un templo mormón; asistí ocasionalmente a la escuela sabática porque tuve amistades adventistas. Al término de la universidad, una de mis dos mejores amigas se casó con un pastor presbiteriano… y la mejor de las asistentes de oficina que he tenido y aún venero, es Testigo de Jehová. A pesar de ser tolerante con las preferencias y la fe, asistí gustosa a las pláticas prematrimoniales católicas y ofrecí el ramo de novia a la Virgen de El Chorrito. Hoy las hijas hacen la oración de la mañana en su salón de clase y el obispo recién dio la comunión a nuestra primogénita... aunque por poco y no.
Nada que tuviera que ver con la fe, sino más bien con los deberes y la obediencia. Cierta tarde ella a sus ocho años me confió, que un día en plena misa, sin importar lo que le decía su abuela y las enseñanzas de pastoral, se formó en la fila para recibir la hostia, y se la dieron. Pensando en el tamaño de su arrebato y determinación... además de futuros actos de iniciación, le dije que dado se había adelantado a su grupo de catecismo, ya la parafernalia del rito de la primera comunión no venía al caso, pues atendiendo a las matemáticas ya iríamos por la segunda. Como cristiana bien entrenada en el perdón de los pecados, me sugirió que debíamos de ir a hablar con el sacerdote, el de la misa de niños, que cuenta cuentos en el evangelio, que sonríe, aplaude, conversa y canta durante la eucaristía. Accedí convencida de que la entrevista no pasaría de un acto de contrición y una reflexión sobre la obediencia. Sin embargo, al plantearle el caso al hombre de Dios en ausencia de la menor, éste dejó de sonreír, nada de aplausos ni conversación: habré de plantearlo a mis superiores, dijo... a un caso de insubordinación así, no debería de permitírsele asistir al ritual de primera comunión...
Hace unos días, cuando casi por decreto no podíamos estar juntos los unos de los otros, por si acaso la influenza se expandiera a límites incontrolables. Hace unos días, cuando el cardenal Norberto Rivera daba misa a puerta cerrada y la procesión encabezada por el presbítero Cuauhtémoc Islas, le abría las puertas al Cristo de la Salud que no había salido a las andadas desde las viruelas negras en 1691. Hace unos días, cuando fui a una boda religiosa que celebró de manera sublime el mismísimo obispo, pese a las restricciones oficiales y el aviso en un muro de la iglesia de que los servicios estaban suspendidos, los familiares y amigos de los novios teníamos el lugar a toda su capacidad, cocinando un buen caldo de cultivo para cualquier amenaza pandémica.
Después de esa ocasión, un sacerdote exaltado de buena fe y de un humor divino, anunció que compartiríamos un secreto: ese día en su oficio, todos los pecadores, sin confesión inclusive, recibiríamos el Cuerpo de Cristo. Así que repartió las hostias entre todos feligreses. Todos. Qué mejor oportunidad para limpiar nuestros males.
Vaya casos de quienes ponen los sacramentos a nuestro alcance. Aquellos que más que consultar a sus superiores, experimentan la altísima bondad de la indulgencia. Aquellos que buscan el encuentro místico, ya sea a los ocho o con más años y sotana.
Supongo que de alguna manera, padres, padrino y cura sintonizaban la misma frecuencia. No tengo otra explicación para tan ecléctica ceremonia… que por cuenta propia he continuado: Crecí mi primera infancia viviendo al lado de un templo mormón; asistí ocasionalmente a la escuela sabática porque tuve amistades adventistas. Al término de la universidad, una de mis dos mejores amigas se casó con un pastor presbiteriano… y la mejor de las asistentes de oficina que he tenido y aún venero, es Testigo de Jehová. A pesar de ser tolerante con las preferencias y la fe, asistí gustosa a las pláticas prematrimoniales católicas y ofrecí el ramo de novia a la Virgen de El Chorrito. Hoy las hijas hacen la oración de la mañana en su salón de clase y el obispo recién dio la comunión a nuestra primogénita... aunque por poco y no.
Nada que tuviera que ver con la fe, sino más bien con los deberes y la obediencia. Cierta tarde ella a sus ocho años me confió, que un día en plena misa, sin importar lo que le decía su abuela y las enseñanzas de pastoral, se formó en la fila para recibir la hostia, y se la dieron. Pensando en el tamaño de su arrebato y determinación... además de futuros actos de iniciación, le dije que dado se había adelantado a su grupo de catecismo, ya la parafernalia del rito de la primera comunión no venía al caso, pues atendiendo a las matemáticas ya iríamos por la segunda. Como cristiana bien entrenada en el perdón de los pecados, me sugirió que debíamos de ir a hablar con el sacerdote, el de la misa de niños, que cuenta cuentos en el evangelio, que sonríe, aplaude, conversa y canta durante la eucaristía. Accedí convencida de que la entrevista no pasaría de un acto de contrición y una reflexión sobre la obediencia. Sin embargo, al plantearle el caso al hombre de Dios en ausencia de la menor, éste dejó de sonreír, nada de aplausos ni conversación: habré de plantearlo a mis superiores, dijo... a un caso de insubordinación así, no debería de permitírsele asistir al ritual de primera comunión...
Hace unos días, cuando casi por decreto no podíamos estar juntos los unos de los otros, por si acaso la influenza se expandiera a límites incontrolables. Hace unos días, cuando el cardenal Norberto Rivera daba misa a puerta cerrada y la procesión encabezada por el presbítero Cuauhtémoc Islas, le abría las puertas al Cristo de la Salud que no había salido a las andadas desde las viruelas negras en 1691. Hace unos días, cuando fui a una boda religiosa que celebró de manera sublime el mismísimo obispo, pese a las restricciones oficiales y el aviso en un muro de la iglesia de que los servicios estaban suspendidos, los familiares y amigos de los novios teníamos el lugar a toda su capacidad, cocinando un buen caldo de cultivo para cualquier amenaza pandémica.
Después de esa ocasión, un sacerdote exaltado de buena fe y de un humor divino, anunció que compartiríamos un secreto: ese día en su oficio, todos los pecadores, sin confesión inclusive, recibiríamos el Cuerpo de Cristo. Así que repartió las hostias entre todos feligreses. Todos. Qué mejor oportunidad para limpiar nuestros males.
Vaya casos de quienes ponen los sacramentos a nuestro alcance. Aquellos que más que consultar a sus superiores, experimentan la altísima bondad de la indulgencia. Aquellos que buscan el encuentro místico, ya sea a los ocho o con más años y sotana.
Posdata culposa: Acúsome hermanos, de pecar al decir verdad. Y de dudar –ya que como buena ama de casa estoy pendiente de la alacena- ¿a caso las hostias tienen fecha de caducidad?
Eva sin paraíso: columna en el Expresso, lunes 25 de mayo 09
Imagenes tomadas de http://www.hostias.com.br
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