miércoles, 17 de diciembre de 2008

El libro de todos los días 07


Es su mano la que cruje el teclado
impregnaba el lugar su sonrisa contagiosa
frutas - jazmines - vainilla:Blackberry
Tan dueña de sus palabras
Tan respetuosamente ajena de las otras



Durante los primeros días de diciembre del 2007, si la memoria no me falla la fecha sería el 5 al 9, se realizó aquí en Ciudad Victoria, el Taller de Creación Literaria, El libro de todos los días conducido por Cristina Rivera Garza y coordinado por Elín López.






Los asistentes fuimos: Alkaid Mariscal Rodríguez, Poeta de Reynosa, Jorge Melgoza, poeta de Tampico, Juan Miguel Pérez Gómez, narrador de Nuevo Laredo, Leticia Benavides, narradora coladilla de Cd. Victoria, Liliana Bloom y Julio Pesina, narradores de Tampico y Ciudad Victoria, respectivamente, Marco Antonio Huerta, poeta de Tampico, Rolando Aguilera y Celeste Alba Iris, poetas de Cd. Victoria, Sara Uribe y Diana Zamora, poetas de Tampico.





Algunos de los resultados tangibles se reunieron en El Libro de las percepciones: http://librodepercepciones.blogspot.com/2007/12/i.html Aún está vigente en la red y pueden leerlo.





Nada exhaustivo listado de aquello que aprendí con El libro de todos los días:
· Que se puede ser buen maestro y buen escritor a la vez o
viceversa
· Que no debo temer cambiar mi perfume Carolina Herrera del
88
· Que así es esto de no ser monedita de oro
· Que siempre hay un roto para un descosido
· Que no hay tal lugar, ni tal modo… sólo el ejercicio de la palabra

Y me tomo licencia para publicar mis aportaciones en El libro de todos los días:

I
6: 25 p.m.


Huele a café. La galleta cruje en mi boca. Alguien cierra la puerta. Alguien abre la puerta ahora mientras sonríe.Se destapa un refresco y se me antoja. Una empanada de cajeta, una orejita de hojarasca y esa bebida burbujeante de naranja.Crujo otra galleta: azúcar y canela. Crujen los grafitos deslizándose en las hojas. Alguien sacude y borra sus percepciones. La mesa cruje cuando aborda de nuevo las ideas. Un sorbo de café.Cruje el teclado, sus manos llevan un discreto barniz rosa.El aire acondicionado es evidente, no porque cruja como lo otro, pero tiene su manera de no crujir y hacerse presente.Huele a perfume, a sorbo de café y gaseosa de naranja.Es un perfume floral pero la alfombra sólo es hojas. Y hay cuatro macetas, una por esquina de recinto, como árboles sintéticos, sólo hojas.Tres lámparas alumbran este lugar. Vibra un celular y alguien tiene un sobresalto. Alguien contesta: bueno. Se para rápidamente y sale alejándose puerta atrás.No hay silencio. Quizá el silencio no exista. A lo que llamamos silencio ahora es ese crujir de lápices deslizados, teclas digitadas, gargantas y puertas que se abren. Pisadas sordas.Hay hielo también y vasos. Quisiera abrir una Coca Cola pero alguien abre la puerta y entran dos.Y otros más.Ya pasaron quince minutos
II
11:25 a.m.

Hay canto febril de aves y la luz del sol es tenue, deslavada. Aún así me obliga a entrecerrar los ojos. Hay canto pero no advierto su plumaje, sus colores.
No hay viento. Como si se hubiera sentado en los columpios y ahora los mantiene alineados y descontenidos.
Nuestro otoño florece en bugambilias.
La banca metálica está fría y su dureza comienza a reclamarme en las blandas partes que le he arrojado encima.
Nuestro otoño florece en verdes papayas.
Una joven en pants anda por la pista que rodea el parque. El jardinero contagiado por las aves comienza su trino a silbidos y rasca con el rastrillo la tierra.
Nuestro Otoño no tiene tantas hojas secas. Las hormigas se afanan, se esparcen y no hay nada aún sobre sus lomos.
La cancha está vacía de sombras. Una anciana en bata de algodón, medias gruesas color carne, suéter tejido de acrilán azul y bastón ergonómico de aluminio, camina también por la pista. ¿Vino a pasear? Le pregunta Don Agustín, el jardinero de nuestro Otoño y demás estaciones. Sí, contesta ella. También la maestra. Me mira a lo lejos.
Ya pasaron quince minutos.


Transparente


Una pareja camina de prisa. Los sigo mientras esquivo los botes de basura y los perros de estas esquinas.El lodo a la orilla de la acera se confunde con hojas secas, plásticos retorcidos que alguna vez fueron botellas de agua, de yogur, de líquido para frenos. El hueso de un tuétano que se saboreó en caldo de res, un sobre con radiografías despintadas, una llanta que no rueda más…Ella reclama a gritos mientras camina. No entiendo lo que dice, sus palabras se enredan a la distancia. Él mantiene el paso a su lado, su cabeza inclinada a la izquierda atiende los reclamos. Una camioneta de redilas truena el mofle y el humo que le sigue cala en la garganta. Me falta aliento. Me recargo tosiendo sobre una barda y algo transparente, pegajoso, se adhiere a mi mano. Trato de limpiarme. Sacudo y embarro el resto en otra parte de la barda.Ellos se detienen también. La voz de la mujer se deja de escuchar por un momento, lo abofetea. Él, que sólo mantenía el paso y la cabeza inclinada siguiendo los reclamos, le responde: su manotazo revienta en el rostro de ella, la sacude con el impacto. Entonces se cubre el rostro con la mano mientras el hombre la mira desde arriba.Cruzo la acera para dejarlos atrás. Mantienen los ojos abiertos y estoy aquí y soy transparente.




Esta es la ciudad
sangre a pedradas
La estación terminal
siempre la cruz

Hacia abajo
boca azotea
Mirada al cielo
último piso

Ese estira y afloja
muelle de acordeón
El semáforo en verde
y todo lo de atrás es pasado
Fotografías de Celeste Alba Iris

1 comentario:

  1. ;)
    están chidas las fotos. no las había visto. a ver si luego las rolas.

    saludos

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