jueves, 9 de octubre de 2008

Mauricio me entiende


Leo no sin cierta pena, cierta frustración las exiguas entradas de este cibersolar. Ahora que estoy en la narrativa de Mauricio Ortiz, me sorprende la cantidad de Adanes sin paraíso que más que sueltos andan igual de atados por el mundo. Mauricio me entiende cuando habla del malabar como estilo de vida.





Malabarismos

Qué malabarismos hay que hacer para que la vida no pierda su incierto y precario equilibrio. El día empieza endeudado porque la noche anterior terminó al dar el reloj sus horas veinticuatro cuando se necesitan cuarenta. Cuántas cosas por delante y simultáneas, ya todas caducas al nacer, todas para ayer, como se dice. Las cosas que por fuerza hay que hacer y las que uno quisiera, las prioridades y las cosas secundarias, las importantes, las triviales, las innecesarias. Cosas buenas y cosas malas, asuntos alivianados y el trabajo sucio, reuniones excitantes, juntas aburridísimas, labores absurdas, tareas inteligentes, estupideces, ocasiones, felicidades varias.
Se trabaja a destajo y siempre sobre el tiempo, se maneja el marcador para también hechar la hueva. Aquí y allá un hueco con los cuates, alguna apresurada infidelidad porque si no cuándo nos veríamos, y luego la cama conyugal y el aroma de una virtual chimenea encendida. ¿Jugamos?, dicen los niños y cuánto quisieramos pero ahora no, tengo tanto trabajo. Pasan semanas y los meses y uno es experto en las broncas del país y del prójimo, pero mi corazón: sus misterios y preguntas, sus angustias, su fuego, su sed.
Llega el día en que empezamos a quedar mal, Primero que nada ante uno mismo, las metas y ambiciones, los planes tan caros que se posponen si más. Van quedando en el camino el asunto más odioso o el menos brillante o el que paga mal, pero al rato es también el proyecto más difícil o el que más apremiaba o el que uno respeta más y no quiere malograr. Y luego es quedar mal con los otros, que quedan a su vez mal con uno y la cadena no tiene para cuando terminar. Se queda mal con la patria y en consecuencia ante los muertos y de paso con la humanidad.
Malabarista de semáforo con más pelotas de las que uno puede razonablemente malabarear. Primero cae una y hay que mantener la sangre fría para no intentar recogerla porque las otras doce se caen. Dos chocan en el aire y se desvían, y cuidado del que las siga por que se caen las demás. Uno quisiera deshacerse de algunas, esas pelotas grandes y pesadas de color gris que ensucian las manos y dan un mal espectáculo y cansan en exceso, pero no, hay que mantenerlas en e aire en función de quién sabe qué compromiso y quién sabe qué designios torcidos del semáforo donde nos tocó representar. Y las más ligeras, alegres bolita de ping-pong y pompas de jabón iridisadas, sueños desaforados, brillantes ideas descabelladas, esas que más quisiéramos ser, esas bolas escapan sin remedio al malabarista tan pronto las echa a vuelo.
No se cansan de llegar pelotas y más pelotas y nada más no podemos dejar que se vayan –el tiempo tiene sus limites-, pero igual otras se caen y empezamos ahora sí, da la impresión que desde toda la vida, a quedar insistentemente mal. Con que sólo pudiéramos quedarle mal al pobre sepulturero.

Mauricio Ortiz, Del Cuerpo.
Imagen tomada del blog de Alicia

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