I
Era un jueves en que todo amenazaba con la rutina cotidiana: levantarse a las 6:30, pedir a las hijas que se vistieran con prisa, preparar el desayuno, el lonche para el recreo, despedirlas en la puerta con un par de recomendaciones, regresar a la cocina para continuar la preparación del almuerzo, esta vez para mi esposo y para mí.
¿Te vas? Me preguntó él en la sobremesa. Sí, en cuanto esté lista. Le contesté.
Luego de las nueve, el día se hizo diferente: buscar algunos ejemplares de mis cuadernos de poesía: reencontrarme con textos editados en los ochentas, en los noventas: Seleccionar de entre ellos algo, y también de lo actual.
Preparar mi otra parte del equipaje: algunos cambios, no olvidar mis gafas, pasaporte y visa. Meter también un montón de documentos que a mi juicio pudieran convencer a los gringos que voy a San Antonio de entrada por salida.
Luego de la 1:30, ya es hora de pasar por las hijas a la escuela, comprar algo para la comida, hacer una exhaustiva planeación logística de las actividades de las niñas para entregárselas a su padre con la esperanza de que no se le haga grumos el engrudo de mi ausencia.
¿Te vas? Me preguntó él en la sobremesa. Sí, en cuanto esté lista. Le contesté.
Luego de las nueve, el día se hizo diferente: buscar algunos ejemplares de mis cuadernos de poesía: reencontrarme con textos editados en los ochentas, en los noventas: Seleccionar de entre ellos algo, y también de lo actual.
Preparar mi otra parte del equipaje: algunos cambios, no olvidar mis gafas, pasaporte y visa. Meter también un montón de documentos que a mi juicio pudieran convencer a los gringos que voy a San Antonio de entrada por salida.
Luego de la 1:30, ya es hora de pasar por las hijas a la escuela, comprar algo para la comida, hacer una exhaustiva planeación logística de las actividades de las niñas para entregárselas a su padre con la esperanza de que no se le haga grumos el engrudo de mi ausencia.
II
Llegué a Matamoros cerca de las 9:00 de la noche. Cené unos taquitos antes de cruzar.
Cerca de las 10:00 caminaba sobre el puente. A esa hora del jueves nadie deseaba solicitar permiso para internarse, excepto yo.
El trámite fue rápido en comparación de otras ocasiones. Cuando le dije al hombre detrás de la ventanilla que estaba invitada a un encuentro de escritores, me pidió pruebas: los libros que ha escrito.
Llevaba tres ejemplares distintos y se los mostré.
Llevaba tres ejemplares distintos y se los mostré.
El hombre abrió uno de ellos, comenzó a leerlo con un gesto inexpresivo.
Estuve nerviosa, pues esa manera de leer parecía de un crítico avezado.
¿Qué tal se le ocurrìa negarme el permiso diciendo: esto no es poesía?
Entonces me miró por encima de los cristales de sus anteojos y cambió de ejemplar de lectura.
¿Esto es lo que usted escribe?
Si, respondí cohibida.
Por último, hojeó el tercero y finalmente estampó un sello de estancia en E.U. por seis meses.
Por último, hojeó el tercero y finalmente estampó un sello de estancia en E.U. por seis meses.
III
Sincronizado con mi salida de las oficinas de migración llegó Ramiro.
Se me olvidó la pijama. le dije.
No quiero molestar de más, pero tengo que ir a comprar algo para dormir.
Él entre otras cosas me respondió: cancelaron cinco compañeros su viaje.
Quizá mañana tengamos lluvia y viento en carretera.
No esperamos público debido a las tormentas que ocasione el ciclón Ike.
Tampoco tenemos hotel, pues medio Houston se evacuó hacia esa zona, pero los organizadores nos han buscado acomodo, no te preocupes ya tenemos donde dormir allá.
IV
El viaje se hizo fácil.
Sin lluvia ni viento.
Ramiro al volante, Juan Antonio de copiloto.
Alejendro Rosales y yo en los asientos traseros.
Mientras les leía Caca, Sangre, Pedos y otros textos de Del cuerpo, de Mauricio Ortiz, la real nota escatológica fue la de Alejandro, cortándose las uñas al descuido, dejando esos inútiles ya, pedazos de su humanidad en los tapetes.
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