domingo, 17 de enero de 2010

2010: Renegociar la esperanza

Todos los primeros días de los años, desde que tengo uso de razón, es lo mismo: Se anuncian las nuevas alzas, se pronostican los alcances de la crisis. Se nos asusta con el filo de las garras, lo pronunciado del colmillo. Algunos siguen persignándose, muchos hastiados levantan el brazo; mentar la madre a la desgracia suele ser señal de fortaleza. Otros, en cambio, apenas subimos y bajamos los hombros, el porvenir es una constante; una mochila en la espalda con la que hacemos el camino.
Soy de la generación del caos monetario. Numerosos recuerdos de infancia son pronósticos de devastación económica. Aún no se poblaba el bigote de los muchachos y ya tenían el saldo agotado. Muchas nostalgias de juventud son aquel desafío, ese mañana sin rendirse en un país con la hipoteca vencida.
Para nuestros padres conseguir una plaza laboral era la certeza de días mejores: hacer familia, veintiocho o treinta años de producción activa, luego el tiempo de viejo con una pensión reglamentaria. Los obreros de PEMEX, ganaban bien. Sacudía la pobreza pertenecer al sindicato. Entrar a CFE, a TELMEX, o trabajar en el Seguro Social, dignificaba la jornada. Las empleadas bancarias y las azafatas lucían glamorosas en sus zapatillas, uniformes con mascada al cuello, maquillaje líquido de Max Factor, colorete rojo, sus enormes y tupidas pestañas Pixies abanicaban la ilusión mientras me caso.
Sin embargo, un empleo de planta no representó para nosotros un futuro con horizonte. Somos trabajadores de confianza o autoempleados. Aquellos que no, se enlistan en la fila de suicidas. De este último batallón, bien vale festejar los desertores. No se cuántos, desde los que recordamos a Luis Echeverría como nuestro primer presidente, lograrán jubilarse (conste que no es una falta de gramática, de antemano sé que no pertenezco a esa afortunada estadística).
Baste ver lo que han hecho con sus adelgazados ingresos nuestros contemporáneos que heredaron una plaza de petróleos, o en manos de quién vino a quedar el orgullo de Teléfonos de México. Las sobrecargos y las chicas de la ventanilla que trabajan ahora aún casadas, ganaron sobrepeso, malhumor, desesperanza. Usan zapato de piso, el cabello recogido, una bata de tergal, uniformes corrientes. Las he visto servir con las medias rotas, con la sonrisa y la mirada descolorida.
Hoy se critica a quienes ganan mejor, se pugna por disminuir las prestaciones. Nos escandaliza el aguinaldo de los del Seguro, de los maestros homologados o con doble plaza… ¿En qué momento se convirtió en inmoral ser bien retribuido? ¿Por qué pareciera antipatriótico hasta jubilarse? ¿Cuánto vale nuestro esfuerzo cotidiano? Y eso… ¿para qué nos alcanza?
Por lo pronto, tenemos ya nuestros pocos pesos de más al salario vigente, nuestros muchos gastos con precios aumentados... pero lo que verdaderamente debemos mantener a la alza, no hay de otra, es la fe que nos mantiene guardando el equilibrio en la cuerda floja de los días, año tras año.


Imagen tomada de: www.deudailegitima.org

Eva sin paraíso: columna en el Expresso de Ciudad Victoria, publicado el lunes 5 de Enero 2010.

2 comentarios:

  1. ASÍ LLEGÓ AL BUZÓN:

    Celestísima hermosa, magnífico tu texo Renegociar la esperanza. Te lo
    digo con toda sinceridad y gusto. Mucho gusto. Carajo ¿a poco de veras
    eres buena? Ja. un beso. aca.

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  2. ASÍ LLEGÓ AL BUZÓN:

    Querida mía, le atinaste al clavo y el clavo duele al traspasar la piel. Tienes razón, si no renegociamos la esperanza caemos en el hoyo de la depresión, y eso que sólo nos preocupa que de medicamentos se gasta la mitad de dos pensiones sumadas. Me imagino cómo es cuando se tienen hijos dependiendo de nosotros...

    Cuando me tocó estar en la posición de distribuir lo que había y que alcanzara para tantos (dos padres, cinco hijos y un montón de cosijos entre familiares y amigos de los chicos) tuve esa energía de esperar mejorías, me preocupé sin llegar nunca a la desesperación, tuve esa fe que la juventud madura trae consigo y no me importó que los adultos de la casa tuviesen en ocasiones un hoyo en la suela del zapato para que a los peques no les faltara el uniforme reglamentario de la escuela...

    Confieso que mi visión de vida es diferente: mi niñez fue humilde, nunca faltó pan en la mesa pero sí había deudas frecuentes. Con los años, la clase media en ascenso nos dio un mejor nivel y, sumado esto a los avances tecnológicos, el bien pasar llegó, aumentado con los ingresos de hermanos mayores que ya trabajaban. En medio de todo, una madre que supo quitar importancia a las malas situaciones y nos hizo sentir siempre seguros y contentos. Y con la esperanza de que hablas se consigue eso: dar a los hijos la tranquilidad de que sus padres se desloman con gusto para que no falte nada indispensable en casa, y que al derredor de la mesa haya alegría y contento sin importar qué tan sencillo sea el menú.

    Claro que para tu generación, la que no está guardando afores, debe existir la previsión de un fondo de retiro, sea en ahorro o invertido en alguna propiedad que garantice una vejez sin sobresaltos. las épocas cambian muchas cosas y lo que ayer era tranquilo ahora es turbulento. C'est la vie.

    Tu texto me llenó de recuerdos el corazón. Adelante amiga, a seguir luchando y a vivir con inteligencia. Abrazos para repartir.

    beatriz

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