miércoles, 28 de octubre de 2009

Con ésta me despedí del FIT

Las hijas dijeron que querían escuchar al violinista y no me pareció mala idea, aunque desconfiaba un poco sacarlas de casa con mal tiempo y pagar por que se durmieran a medio concierto. La menor, por ejemplo, se duerme alrededor de las 10 de la noche, sin importarle a partir de esas horas su propio festejo de cumpleaños... Aún así, era el último espectáculo en Centro Cultural Tamaulipas, ya vendría al día siguiente el cierre de esta adelgazada edición del festival, con luces de artificio y el setenterofamosocantente Napoleón en concierto.

Nuestro oído traza otras elecciones, me dijo una voz interior. Total, llevamos suéter y el paraguas, la idea de que a la larga es vitalmente más costoso no tener la oportunidad de otras alternativas, otro ritmo cotidiano; me hizo encaminar a la familia rumbo al teatro.

Llegamos a tiempo, Clarissa alcanzó lanzar un peso en la fuente del atrio. Mientras ella seguía la trayectoria de su moneda, yo cerré los ojos y pedí que en cuanto apagaran las luces, se mantuviera interesada en la función. Una económica noche familiar para cuatro en el tercer balcón, suma más de mil pesos... ¿cuántas horas de clase tengo que dar, cuántos textos escribir para pagar esta fiesta de arte?

Pero, Edvin Marton no llegó al escenario a tocar el violín, Edvin llegó a seducirnos. Sabe qué cuerdas tocar y cómo moverse para mantenernos absortos en la cadencia que produce. Se le presenta como quien toca un instrumento de culto valuado en más de cuatro millones de dólares, compositor de la pieza Romeo y Julieta ganadora del Emmy 2006 y que interpretada por el patinador Evgeny Plushenko se convierte en medalla de oro olímpica, transformándolos en los reyes del hielo.

A Edvin se le escucha mientras:

  • le acompañan un cuarteto de cuerdas integrado por sinuosas ejecutantes y/o una pareja de vehementes bailarines,
  • se acuesta en el escenario y toca para los enamorados,
  • hace rutinas de baile con su violín al hombro y la música no se interrumpe,
  • pide al auditorio lo siga con las palmas, con el cuerpo, con la garganta.

A Edvin se le ve:

  • vestir un jean de color blanco y saco a rayas sobre una camiseta de algodón con estampado,
    calzar coloridos Converse con aplicaciones de pedrería,
  • encarnarse de cuerdas y arco, transformarse de hombre a violín alfa,
  • bailar con el ánimo de una noche en antro,
  • disfrutar el show y hasta la firma de autógrafos.

Su actuación es tan dinámica que podría presentarse lo mismo en Las Vegas que en el Teatro Millenáris de Budapest, pasando por nuestro Amalia, por supuesto. Sorprende ver cómo los grandes maestros de la música clásica regresan a su viejo violín y conviven sin remilgos con estrellas contemporáneas del pop: Puccini, Vivaldi, Liszt, o Tchaikovsky interactúan en su programa con Michael Jackson, los Rolling Stones, Lou Bega o Dima Bilán.

La presentación del músico fue un espectáculo multimedia de primer nivel, que incluyó además su interpretación virtuosa, videos, una ecléctica selección de piezas, notas informativas sobre su carrera, juegos de luces, bailarines, mujeres bellasensualeselegantes, dos pares de tenis, un par de sacos casuales/fashion y el Stradivarius Sarasate que también perteneciera a Paganini...

Al término del concierto las niñas aplaudieron de pie entre brincos, bajaron de prisa hasta la entrada y esperaron en el vestíbulo a que el artista saliera a saludar como lo anunciaron al bajar el telón. Y yo, madre resignada, charlé también con él brevemente, al tiempo que apreciaba sus otros húngaros talentos.

Eva sin paraíso: columna en el Expresso publicado el lunes 26 de octubre 2009

Fotografía Víctor Hugo Olivares

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