El día de mi boda Susana fue mi testigo por lo civil. Luego de la fiesta la encontré una o dos veces más, y por lo menos habrán pasado nueve años desde nuestro último encuentro. Las dos abandonamos el puerto donde crecimos sin mucho rastro para ser localizadas.
Supe que ella debía firmar el acta de mi matrimonio porque su firma me había acompañado por años, validando los testimonios que me narraba en sus cartas. Éramos adolescentes entonces, no más de trece años, nos conocimos en un curso vespertino ocasional. Teníamos muchas cosas en común y nos hicimos amigas en seguida. El curso terminó, vivíamos en distintos rumbos de la ciudad, nuestros respectivos padres nos prohibieron las largas conversaciones telefónicas y aún no existía el recurso del Internet, sin embargo teníamos mucho que contarnos y comenzamos a escribirnos cartas.
Fueron muchas cartas las que intercambiamos, tuve un cajón enorme repleto con sus conversaciones. Me entusiasmaba la llegada del cartero, y más si el sobre se notaba gordito. Las cartas se convirtieron en nuestra manera de estar juntas, de soñar, de llorar, de dar aliento. A veces me escribía enojada contándome de las peleas con su hermana, otras llorando porque el amor la lastimaba o entusiasmada por la visita de su abuela.
Luego tuvimos edad para reunirnos atravesando la ciudad, e invariablemente nos despedíamos sin terminar nuestras conversaciones y diciéndonos: te escribo una carta. Crecimos escribiendo, narrándonos la vida, haciéndonos preguntas, ensayando respuestas.
Siempre me han gustado las cartas. Posdata desde mi buzón vacío y mis buzones repletos: Es una lástima que la mayoría de nosotros sólo recibamos del cartero cuentas pendientes y folletos publicitarios. Lo cierto es que si queremos recibir cartas también tenemos que escribirlas.
La carta es el medio de comunicación que ha utilizado el hombre desde la antigüedad. Reyes y emperadores, escritores profesionales, artistas y enamorados de todas las épocas se han comunicado a través de estos escritos personales. Ahora podemos asomarnos a su vida íntima, y a la forma de vida de sus tiempos, ya que muchos de estos documentos conservados a través de los años, han sido publicados a pesar de que no nacieron del autor con ese fin.
Por eso falta muy poco para que se conozca públicamente la correspondencia electrónica completa de algún personaje que ahora nos es contemporáneo. El cartero entonces será una figura para museo, el hombre con un oficio en desuso que nos contará aquella manera como se relacionaban los ancestros, cómo se comunicaban entre ellos.
Por lo pronto mantengo varios buzones electrónicos, saturados de palabras que algo buscan decirme... entre mensajes de reenvío, cadenas impersonales, aún espero ese texto azul que me despierte: una carta.
Supe que ella debía firmar el acta de mi matrimonio porque su firma me había acompañado por años, validando los testimonios que me narraba en sus cartas. Éramos adolescentes entonces, no más de trece años, nos conocimos en un curso vespertino ocasional. Teníamos muchas cosas en común y nos hicimos amigas en seguida. El curso terminó, vivíamos en distintos rumbos de la ciudad, nuestros respectivos padres nos prohibieron las largas conversaciones telefónicas y aún no existía el recurso del Internet, sin embargo teníamos mucho que contarnos y comenzamos a escribirnos cartas.
Fueron muchas cartas las que intercambiamos, tuve un cajón enorme repleto con sus conversaciones. Me entusiasmaba la llegada del cartero, y más si el sobre se notaba gordito. Las cartas se convirtieron en nuestra manera de estar juntas, de soñar, de llorar, de dar aliento. A veces me escribía enojada contándome de las peleas con su hermana, otras llorando porque el amor la lastimaba o entusiasmada por la visita de su abuela.
Luego tuvimos edad para reunirnos atravesando la ciudad, e invariablemente nos despedíamos sin terminar nuestras conversaciones y diciéndonos: te escribo una carta. Crecimos escribiendo, narrándonos la vida, haciéndonos preguntas, ensayando respuestas.
Siempre me han gustado las cartas. Posdata desde mi buzón vacío y mis buzones repletos: Es una lástima que la mayoría de nosotros sólo recibamos del cartero cuentas pendientes y folletos publicitarios. Lo cierto es que si queremos recibir cartas también tenemos que escribirlas.
La carta es el medio de comunicación que ha utilizado el hombre desde la antigüedad. Reyes y emperadores, escritores profesionales, artistas y enamorados de todas las épocas se han comunicado a través de estos escritos personales. Ahora podemos asomarnos a su vida íntima, y a la forma de vida de sus tiempos, ya que muchos de estos documentos conservados a través de los años, han sido publicados a pesar de que no nacieron del autor con ese fin.
Por eso falta muy poco para que se conozca públicamente la correspondencia electrónica completa de algún personaje que ahora nos es contemporáneo. El cartero entonces será una figura para museo, el hombre con un oficio en desuso que nos contará aquella manera como se relacionaban los ancestros, cómo se comunicaban entre ellos.
Por lo pronto mantengo varios buzones electrónicos, saturados de palabras que algo buscan decirme... entre mensajes de reenvío, cadenas impersonales, aún espero ese texto azul que me despierte: una carta.
Eva sin paraíso: columna en el Expresso, lunes junio de 2009
Imagen tomada de http://islakokotero.blogsome.com
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