Recibí invitación oficial para ir al homenaje del conjunto típico tamaulipeco, a la piñata de la hija de Leo y había hecho planes para que las niñas fueran con su padre esta noche al teatro. Pero tuvimos también tareas escolares atrasadas, llamadas telefónicas de la familia, por lo menos tres lavadoras de ropa sucia y una de remojo, compra de útiles escolares de emergencia y hasta una visita que nos trajo como obsequio dos tortugas galapago. Cuando por fin las tareas estaban listas, la ropa tendida, actualizada de novedades la familia, los útiles necesarios en las mochilas, el regalo envuelto, las niñas y el padre bañados y vestidos para la ocasión, y yo presta a un respiro planchando los uniformes para mañana y acomodando la ropa limpia, lo supe.
Me metí a bañar resignada, y a la piñata llegar, ni queriendo, pero el ballet africano me latía lo suficiente para irme sin cenar, de prisa y sintiendo los estragos del día. Del conjunto típico ni me acordé pero al llegar a la plaza alcanzamos huapangos y polkas no así acceso al teatro de primera instancia, pues tendríamos que esperar la llegada del gobernador, que a su vez estaba varado en el homenaje al típico a estas horas fuera totalmente del programa.
Vimos un poco de danza, compramos artesanías, saludamos a más de un conocido… y esperamos. Luego nos dejaron entrar al Centro Cultural pero como aún ni la primera llamada, entretuve a las niñas comprando refresco, comiendo cacahuates, llendo al sanitario… y esperamos. A la segunda llamada nos fuímos a nuestras butacas, no reconocí de entre los asistentes cercanos alguno del día anterior, luego de un rato las personas empezaron a aplaudir desesperadas, rechiflaban, nosotras hicimos lo propio que en ese caso les parecía impropio a quienes estaban sentados en la parte de enfrente al escenario, muy cerca de los lugares del gobernador, del presidente municipal, y sus esposas. Ellos no aplaudieron y la boca cerrada, sólo volteaban hacia nuestros asientos con gesto de sorpresa y reproche… y esperamos.
La función empezó con más de una hora de retraso. Clarissa ya se había acomodado en su asiento y bastó un poco de música y las luces apagadas para entreabrir sus ojitos en blanco y dejar escapar un hilillo de baba. Gracia aguantó despierta y se prendió. Nos prendimos. La mayoría en el teatro se prendió. Aunque mis vecinas de los asientos traseros desobedecieron la solicitud de apagar los celulares y conversaban con sabe quién a media función, y luego estiraban las piernas y me pateaban la espalda y se quejaban y se quejaban de estar ahí sin el Tropicana en el escenario. Entonces pensé que el horario tampoco era el apropiado para llevar a niños al teatro, pues en mi caso eran las siestas más caras que le he pagado a la menor, pero que había algunos adultos que molestaban más que cualquier chiquillo, de seguro porque de pequeños no los llevaron o dejaron entrar tan seguido.
En cuanto a la puesta en escena al African Style, fue completamente en inglés y sin ninguna especie de subtítulos o traducción simúltanea, lo que tal vez también pudiera explicar la inquietud de las de la fila de atrás. Pero la palabra literal que encuentro para calificarlo es: delicioso. Qué ritmo, qué cuerpos, qué movimientos, qué forma de hacer su música, qué delicioso. La espera valió la pena.
Me metí a bañar resignada, y a la piñata llegar, ni queriendo, pero el ballet africano me latía lo suficiente para irme sin cenar, de prisa y sintiendo los estragos del día. Del conjunto típico ni me acordé pero al llegar a la plaza alcanzamos huapangos y polkas no así acceso al teatro de primera instancia, pues tendríamos que esperar la llegada del gobernador, que a su vez estaba varado en el homenaje al típico a estas horas fuera totalmente del programa.
Vimos un poco de danza, compramos artesanías, saludamos a más de un conocido… y esperamos. Luego nos dejaron entrar al Centro Cultural pero como aún ni la primera llamada, entretuve a las niñas comprando refresco, comiendo cacahuates, llendo al sanitario… y esperamos. A la segunda llamada nos fuímos a nuestras butacas, no reconocí de entre los asistentes cercanos alguno del día anterior, luego de un rato las personas empezaron a aplaudir desesperadas, rechiflaban, nosotras hicimos lo propio que en ese caso les parecía impropio a quienes estaban sentados en la parte de enfrente al escenario, muy cerca de los lugares del gobernador, del presidente municipal, y sus esposas. Ellos no aplaudieron y la boca cerrada, sólo volteaban hacia nuestros asientos con gesto de sorpresa y reproche… y esperamos.
La función empezó con más de una hora de retraso. Clarissa ya se había acomodado en su asiento y bastó un poco de música y las luces apagadas para entreabrir sus ojitos en blanco y dejar escapar un hilillo de baba. Gracia aguantó despierta y se prendió. Nos prendimos. La mayoría en el teatro se prendió. Aunque mis vecinas de los asientos traseros desobedecieron la solicitud de apagar los celulares y conversaban con sabe quién a media función, y luego estiraban las piernas y me pateaban la espalda y se quejaban y se quejaban de estar ahí sin el Tropicana en el escenario. Entonces pensé que el horario tampoco era el apropiado para llevar a niños al teatro, pues en mi caso eran las siestas más caras que le he pagado a la menor, pero que había algunos adultos que molestaban más que cualquier chiquillo, de seguro porque de pequeños no los llevaron o dejaron entrar tan seguido.
En cuanto a la puesta en escena al African Style, fue completamente en inglés y sin ninguna especie de subtítulos o traducción simúltanea, lo que tal vez también pudiera explicar la inquietud de las de la fila de atrás. Pero la palabra literal que encuentro para calificarlo es: delicioso. Qué ritmo, qué cuerpos, qué movimientos, qué forma de hacer su música, qué delicioso. La espera valió la pena.
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