viernes, 6 de marzo de 2015

Mi cabeza también es un animal

 Para Karina Juárez
Encantadora de serpientes


I
No recuerdo mis sueños.
Me esfuerzo y nada.
Nada. De veras nada.
En cuanto cierro los ojos cae el telón del día. Al abrirlos la vida continúa.
Mi vida parece trascurrir en un encendido y apagado, horas de sueño por medio, encendido y apagado.
Según la psiquiatría esto que me sucede es como la desmemoria de mi yo alternativo, ese que anda por donde le viene en gana mientras duermo.
 Cuándo soñé por última vez?
El viernes tuve pesadillas. Mi marido me despertó con una suave sacudida.
ENCENDIDO. Con qué soñabas?, Me preguntó.  No lo sé, respondí, debe ser esta cobija demasiado gruesa para el clima. Estoy empapada de sudor. APAGADO.
Me esfuerzo y algo.
Algo. Pero muy poco.
Tengo una casa de tres pisos, en el sueño por supuesto. En el tercer piso oculto a un hombre. Nadie sube hasta ahí. Nadie sabe que lo resguardo.
Eso es todo lo que veo.
Y también una sensación de que a ese hombre lo protejo, que ni mis hijas ni mi esposo estarían de acuerdo con su presencia. No es mi familiar, no es mi amante, no es un extraterrestre, no es un fantasma y es real.
Cuándo fue que soñé esto?
Antes soñaba con más frecuencia, estoy segura aunque por ahora no me acuerde más. Entonces no usaba gafas. El optometrista fue claro conmigo y me dijo: tiene que ponérselas de diario. Acaso la prescripción incluía también las horas que duermo?
Quiero ver mis sueños nuevamente. En adelante dormiré con la lámpara encendida, con la colcha ligera y las gafas bien puestas.



II
Mi cabeza también es un animal.
A veces creo que bastante doméstico.
Mi mascota favorita es el gato porque nunca acaba por domarse.
En casa tengo tres gatos que me recuerdan mi naturaleza.
Mi cabeza es un animal es el nombre del taller de autorepresentación al que asisto.
Llegué tarde el primer día. Sigo sin controlar el tiempo, la distancia en esta ciudad.
Vivo un extravío permanentemente. Sé a dónde quiero llegar pero las aceras y avenidas parecieran no responderme. Entiendo de eso. Uno no revela todo su secreto a un desconocido.
La mayor de las veces no sé dónde me encuentro. Me dejo llevar por el tráfico mientras conduzco, confío en mi brújula. Se trata entonces de unas cuantas vueltas, unos cuantos minutos para comenzar a llegar.
No soy fotógrafa profesional. No tengo armado un portafolio.
He tomado muchas fotos, la mayoría de ellas sin intenciones estéticas o de expresión.
Regresé entusiasmada de la primera sesión y trabajé por horas clasificando mis imágenes. La búsqueda era sobre mis registros visuales. Esa mirada recurrente. En medio del frenesí logré reunir siete series distintas.
La primera decidí nombrarla, Allá por el norte. Es el primer verso de una canción dedicada a la ciudad donde nací.


Yo nací en Ciudad Victoria Tamaulipas.
Las primeras de esas fotos las tomé una mañana como ejercicio de un taller de literatura. Boceté un poema entonces, comienza así: Esta es la ciudad/sangre a pedradas/La estación terminal/siempre la cruz.



Las otras imágenes las hice en Saltillo, Coahuila. Asistí a dar una capacitación para nuevos coordinadores de talleres de escritura creativa. De regreso a mi hotel no me resistí a traer conmigo algunas de las vistas del breve trayecto que hacía del centro literario al estacionamiento donde esperaba el chofer por mí para llevarme al hotel.




III
Regresé a la segunda sesión ansiosa de mostrar mis miradas. Otra de las series que armé se llama Memorias del Muelle Real. Un título que retomé del cartel que exhibe este espacio frente a la Bahía de Cienfuegos en Cuba y el cual narra los datos históricos del inmueble. Fueron días de lluvia implacable. Estuve en esa ciudad invitada por el Festival de Poesía de La Habana y la Universidad de Cienfuegos.
Aprovechando el escampado salí a caminar, a extraviarme un poco. No me angustia no saber cómo llegar, estar en cualquier parte.
Apenas unos pasos por el empedrado aún húmedo y ya estaba frente al mar.  La Isla es así, todos los caminos te llevan a la orilla. Una frontera líquida y azul.
A lo lejos advertí la figura de un hombre mayor. Quién era ese otro solitario?
Recordé la cámara digital compacta que había traído conmigo y siguiendo el impulso comencé a registrar su presencia en el muelle por aquella tarde nublada.
Él nunca supo que estuve ahí, que lo tengo conmigo. Yo en cambio no conocí su voz, su rostro, su mirada de frente.
Levanté mi mano a la pregunta de la facilitadora del taller: Quién es el siguiente que mostrará su trabajo?
Ella le dio el turno a otra persona.

IV
Aún tenía la intención de mostrar al grupo algunas de las aceras que he recorrido.

La mayoría de las imágenes de esa serie las tomó mi esposo sin que yo me diera cuenta. Lo hizo así porque no me gustaba posar para la cámara. Ahora lo digo en pasado pero en realidad hace muy poco que cayó ese muro de contención personal.
Sucede que volar es otra de las experiencias que poco disfruto, sin embargo fue precisamente a bordo de una aeronave que asistí a la deconstrucción de mi autorepresentación. De cierta manera al tomar ese vuelo llegué hasta aquí.
Sabía que el viaje sería largo. Me esperaban conexiones y algunas horas arriba.
Estaba asustada pero dispuesta.
Cuando puse un pie en la cabina, vi el suelo por el espacio mínimo que queda entre el túnel de acceso y el avión. Cerré el paso y ya adentro me dije: estoy cansada de temer. Al acomodarme en mi asiento busqué mi celular para hacerme una selfie. Quería preservar el momento de la partida. En la imagen que me regresó la cámara del teléfono aparezco dos veces, una Celeste saliendo de otra.  Aunque pareciera una construcción fortuita, la interpreté como la captura de mi miedo y mi valor.


Volví a levantar la mano en el salón para mostrar mis hallazgos. Déjame ver el trabajo de tu compañero y vuelvo contigo, dijo la instructora.

V

Cielos tomados desde las ventanillas de mis trayectos, propaganda capturada a bordo de un automóvil o caminando de prisa. Imágenes que se me impusieron, que me obligaron a llevarlas conmigo.


La abuela platicaba a carcajadas de un amigo suyo que coleccionó viento de cada población que visitó mientras pudo viajar. Un hombre orgulloso que mostraba a sus visitas la colección de frascos donde capturó a su entender, la esencia de los lugares. Decenas de botellas que a ojos de otros parecían vacías.
Mis ojos están llenos, repletos con las propuestas visuales bien intencionadas de los asistentes. Y mis frascos cómo están? Seré otra que reúne muestras de nada?

Reconozco esta sensación: Es un extravío. Estoy en una calle ajena que no responde. Los compañeros voltean a verme cada vez que Karina asigna lugar. Quién sigue? Pregunta. Soy un acordeón sin aire, plegado por completo.
Al terminar la clase prefiero entregarle mi memoria USB directamente para que los comentarios queden entre las dos.

VI
Esta vez me iré más temprano porque inclusive ayer tuve un pequeño desvarío en la ruta y volví a ser la penúltima en llegar.
Mi entusiasmo inicial devino en aprehensión. Ya no quiero que ella diga nada y menos delante de los otros. Ayer durante la sesión dijo que las coincidencias no son gratuitas. Mi brújula dice que pertenezco a ese espacio.
Me metí a bañar.
Comencé a desenredar mi cabello frente al espejo. Después de bañar tengo este ritual.
Esta vez interrumpo el programa para buscar mi mirada entre los cabellos húmedos que siguen al frente. 
Ahí estoy. 
Esa soy yo. 
Mis edades, mi delineado permanente, el orificio izquierdo de la nariz más pequeño que el derecho.
Busco mi cámara.
La sostengo.
Una ráfaga es siempre un tiro de gracia.





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