Al llegar a casa, Alegría solicita: búscale en Internet, quiero ver las fotos de cuando lo quemaron los pies y que me cuentes de él. Ahora no, contesto, hay que comer, cuando vuelve a insistir, le digo es tiempo de hacer la tarea, al terminarla ya es tiempo de irnos a tu clase de pintura... al volver hay que bañarse, luego cenar, preparar los útiles y el uniforme para el día siguiente... empijamada y lista para irse a dormir, suplica y me conmueve:¡Enséñame tan siquiera una foto de Cuauhtémoc en tu compu!
La llevo el monitor y frente a las opciones de imágenes que Google nos da, me doy cuenta que caí en la trampa de su curiosidad ... a regañadientes la vuelvo a la recámara, y al cerrar la puerta oigo en su grito, su frustración en reclamo: ¡imprímeme su foto para enseñársela a mis amigas y cuéntame bien la historia él!
Me conmueve de tal manera su obsesión y pienso qué puede hacer una niña de 7 años con sus inquietudes sino pedirle en todas sus posibles maneras a su madre que le ayude, regreso a mi computadora aún encendida e imprimo para ella la imagen del tormento de Cuauhtémoc, una pintura del siglo XIX que hace alusión a este episodio.
Y es que el pasado 28 de febrero nuestra bandera nacional ondeó a media asta recordando la muerte de el último emperador azteca, y en las escuelas se le dedicaron asambleas. Esa extraña fascinaciòn humana por levantar ídolos y venerarlos se hace presente inclusive en las historias oficiales de los pueblos, pero aún más extraña esa fascinación mexicana con la que “veneramos la caída, el fracaso y lo consagramos como símbolo de pureza.” según nos comenta Luis González de Alba.
Motivada por el entusiasmo de mi hija comienzo a asomarme un poco más a la vida de nuestro undécimo tlatoani mexica quien no viviera más de 30 años... pues nacido en 1495 vino a morir ahorcado y sin grandes glorias hacia 1525 en Xicalango, un lugar al sur de Campeche. Su nombre en náhuatl significa águila (cuauh) que desciende o baja (temohuia) y el peso de éste sobre su persona pareciera al paso de los años una profecía cumplida, pues luego de haber nacido de una princesa tlateolca y del Tlacatecutli Auizotl, fue educado en Calmecac un lugar tipo colegio y monasterio donde los nobles indígenas recibían enseñanzas militares y religiosas, de donde surgió la última casta de guerreros jóvenes que repudiaron el entreguismo y la superstición religiosa de Moctezuma II y a su muerte resistieron la avanzada española, que en realidad era el levantamiento de los pueblos indígenas que los consideraban enemigos, al haber sido sometidos de manera sangrienta y vivir oprimidos por su estado.
Cuauhtémoc estaba a favor de la dominación azteca y era lo que defendía, su lucha no era de la conquista española. Luego de una cruenta batalla de más de 75 días, reducido al islote de Tlatelolco intentó escapar con su familia y fue hecho prisionero. Pidió su muerte pero en esas circunstancias no convenía a los intereses de la corona. Su tortura fue consentida por Cortés y obra de los oficiales de la Real Hacienda. No se por que también extraña contribución al mito creía que con este episodio acababa su historia, pero no fue así, pues a nuestro héroe se le quemó con aceite hirviendo pies y manos y de acuerdo a Bernal Díaz de Castillo, en su Historia Verdadera de la Conquista de la Nueva España, el prisionero confesó el destino del oro codiciado por los españoles. La legendaria frase ¿Crees que yo estoy en un lecho de rosas? Pertenece en realidad a un drama español escrito en el siglo XIX.
Lo que le quedó a Cuauhtémoc además de la deshonra de vivir prisionero los últimos días de su vida fueron sus miembros lisiados por las quemaduras y un nuevo nombre como converso: Hernaldo de Alvarado Cuauhtémoc. Un 28 de febrero de 1525 tras nuevas torturas, Fernando de Alva Ixtlilxóchitl un historiador mexicano del siglo XVII relata que Cuauhtémoc confesó a Cortés la conspiración que se fraguaba en contra de los españoles y debido a esto fue ahorcado junto a su primo Tetlepanquetzal cacique de Tacubaya en medio de una expedición emprendida a Honduras.
Alegría aún cree en Santa clos y por su puesto en las mentiras de sus maestros. Pero si usted ha superado esa etapa le recomiendo en ediciones Cal y Arena, el libro de Luis González de Alba: Las mentiras de mis maestros, donde podrá confrontar los grandes mitos mexicanos desde los aztecas, la virgen de Guadalupe, el padre de la patria, la revolución mexicana, Tlatelolco 68 o todos somos Marcos... entre otros.
Posdata de otras aguilas del ocaso: Que se fue por su propio pie, por sus propios motivos personales. En fin, renunció Fernando Mier y Terán. Que siga su camino y que de los artistas, intelectuales, promotores y amantes del arte no se olviden.
Eva sin paraíso: columna en el Expresso publicado lunes 2 de Marzo 2009
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