Hace tanto tiempo que no iba a la playa en Semana Santa que ni siquiera recuerdo la vez anterior que lo hice. Así, sin la memoria de entonces y más por la presión de dos hijas deseosas de mar acepté volver.
Las evocaciones marinas de mi infancia comienzan en un vagón que se acerca a la orilla sobre delgadas vías. Las mecedoras de madera que alquilábamos frente al mar y nos adormecían entre baños y sol. Un bikini que no era de licra con estampado de lunares blancos. La inmensidad azul al final del malecón. El saludo desde las escolleras a tripulaciones desconocidas. El asomo circular de las toninas. Las volteretas duna abajo. Las regaderas de los balnearios que nos tumbaban la arena. Años más con regreso en camión rojo. Luego, las manchas de chapopote que mi madre nos quitaba tallándonos la piel con petróleo.
Ahora visité Miramar junto a más de 100 mil paseantes. Aunque no me gustan las aglomeraciones y la densidad del tráfico, esta vez apenas lo sentí. El trayecto y la estancia se me fueron en observar el ánimo vital de quienes nos reunimos ahí. Tantas personas con ganas de estar bien. Tantas familias con ganas de estar juntas. Tantos sobreponiéndonos a la amenaza cotidiana.
El año pasado hubo 400 mil bañistas menos, con respecto a la cifra actual, que no se decidieron a salir de casa. Ahora, los hoteles y restaurantes costeros volvieron a sentir momentos de bonanza. Según reportes oficiales los destinos de playa en Tamaulipas incrementaron un aproximado del 51 %, la cifra tentativa es de 1 millón y pocos más visitantes.
Esta vez, la importancia por la seguridad era tangible. Hubo efectivos cuidando las sombras por arena, agua y aire. Mucha fiesta sin sobresalto. Muchas ganas de que no subiera la marea.
Columna publicada en el periódico Expreso de Cd. Victoria y La Razón de Tampico, Tamaulipas.
Portales electrónicos: Gaceta.mx y La Región Tamaulipas.
publicado el 12 de abril 2012.
publicado el 12 de abril 2012.
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